PRIMERA PARTE
En la perfección áurea de sus espirales de queratina me vi coronada en el reflejo del estanque, el hielo del invierno me regalo una imagen dolorosa.
Esa tarde los cazadores colocaron mi cabeza disecada como un trofeo sobre la chimenea que dominaba la estancia.
El aroma del vino impregno la habitación.
Ella tomo con la punta de los dedos la hebilla de su salón jugueteando con el por un momento. Se corrió las medias, en su breve descuido se aliso el regazo. Intento relajarse al ritmo de los sorbitos del vino pero fue inútil, la espera había sido muy larga. Para entonces habían pasado casi dos años.
Observo atenta cada detalle del espacio reparando en el cimarrón que le observaba desde arriba, sin parpadear sin inmutarse; por un momento prefirió imaginar que de alguna extraña forma el resto del cuerpo se escondía detrás de la pared.
-No no no!
Que absurdo seria tener un carnero semejante viviendo medio cuerpo en el recibidor y el resto observando a los invitados desde la chimenea!
De pronto cayó en cuenta del momento y le sudaron las palmas de las manos.
Desde las rocas solitarias se sentía el frío cortante vigorizante. Cada esfuerzo hacia la cumbre me hacia sentir mas fuerte; de la nada así como el aguijón de una abeja sentí el calor agudo en el lomo, sin mas rodé cuesta abajo recolectando arañazos de las rocas a golpe hueco cada giro implacable.
Antes de hundirme suavemente en el sueno recuerdo el azul clarísimo del cielo irse cerrando, desvaneciendo.
De cuando en cuando me paraba derechita contra la pared y con un color de cera, siempre azul, azul de Prusia, marcaba sobre mi cabeza una rayita y la fecha, así no habría duda de que por mucho yo era la mas alta. Quien diría ahora que quisiera perder un par de pies de estatura. Que me parece vergonzoso pasearme con semejante corona de mentiras.
- que pena, pobre chica!
Diran las señoras que cada tarde se sientan en el parque a ver pasar a los deportistas de buen trasero muchos años mas jóvenes que ellas.
Es por eso que deje todo para irme a las montañas, allá seguramente no habrá quien me mire con pena y Ademas tendré mucho tiempo para reflexionar.
Me voy el lunes sin falta.
Me han colocado ojos de canica, siempre me gustaron, pero creo que en esta ocasión me causan repulsión y un poco de morbo.
Poliuretano, hilo de caña.
Por lo menos le invirtieron en un marco de caoba.
Con el cinismo de quien esta orgulloso de sus fechorías guardaron el fusil justo frente a mi en un armario de cristal con llavesita, de esas de antes se las que tienen tres vueltas de nudo celta.
Aun me causa curiosidad si me cepillaran regularmente o si simplemente me azotaran con un plumero de un gallo tan muerto como yo.
Que ironía tanto que me gustaban los cocktailes.
En el diván colorado esta sentada con su copa de vino, como se nota quien no conoce lo que bebe.
El, ese quien me aguijoneo y me clavo a la pared con relleno de poliuretano y ojos de canica de feria, ese cabròn que se regodea del poder de su fusil, se sienta tranquilamente en el brazo del sillón como quien quiere evidenciar su liderazgo y con un ademan de por si odioso se le acerca con ese aliento caliente pegajoso rozando los pelillos de su nuca.
Ella también sintió que pudo ser parte de la colección por un momento imaginando sus manos como ceniceros.
Antes me gustaba sentarme en el fresco del jardín recién llovido con una buena copa de shiraz, mis cigarros, el bolsito de lápices y mi amante en turno casi siempre de espiral y doble peso, del que aguanta acuarela, tinta, grafito.
Horas me pase haciendo mundos imaginarios personajes siempre de mejor pinta que yo.
Kilómetros de tinta y muchos sueños que se quedaron en la estantería de mi habitación.
Pensar que hoy recorro cada recuerdo con la intensidad de ayer para olvidar los clavos de dos pulgadas que me sostienen en los taquetes de la chimenea.
Si, me han azotado incontables veces con el plumero de gallo muerto, todavía saboreo los cocktailes de cascara de limón y los martinis secos.
Un día estrene unos zapatos altísimos me sentía tan guapa que me guiñe el ojo en el espejo antes de salir de casa. Ese día lo recuerdo por la llovizna que me obligo a caminar descalza sobre las baldosas, entonces agradeci andar con los pies desnudos.
Te acuerdas de aquella noche también llovía, te visitaba en tu bonito pueblo americano, te convencí de caminar en el pasto mojado, descalzos.
Te pareció extraño y yo te explique que vivir en el desierto te vuelve nostalgico.
Me besaste con sabor a cerveza y cigarro parados ahí entre la hierba fresca de Oklahoma.
Yo hubiera querido llevarte conmigo pero entonces la magia se habría convertido en cotidianidad.
Tu hubieras preferido que me quedara ahí contigo y con tu perro observando el horizonte de muchos tonos de verde, esa calma no era para mi, entonces me gustaba demasiado el sabor a sal de mi ciudad enfurecida.
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